Se ha terminado la serie que, como dice un compañero, todos necesitábamos pero no nos merecíamos. Un show que el público general decidió ignorar o denostar y que unos pocos tomamos como cruzada personal su reivindicación. La serie por la que merece la pena escribir sobre series y la que motivó a un servidor a hacerlo. La enésima cancelación de Bryan Fuller pero la que, sin lugar a duda, mejor sabor de boca deja. Comentamos con los 'spoilers' propios de la ocasión la 'series finale' de 'Hannibal' a continuación.
Tanto significaba 'Hannibal' para este sector de las páginas televisivas que ya adelantábamos semana tras semana que ningún episodio final podría quitarnos la pena de la cancelación. Es lo que tiene hablar de los sentimientos, que no provienen de la razón. Por supuesto que la serie de NBC, cadena que jamás supo querer el mejor producto que han emitido, iba a tener un final a la altura. Como si no hubiese motivo para cerrar la serie por todo lo alto. Sin necesidad de 'cliffhanger'.
Sean las circunstancias que fueren, la serie de Bryan Fuller se ha hecho honor a si misma y sus espectadores con su capítulo final. Esa no es solo la sensación que nos queda tras completar los cuarenta y dos minutos de extensión de este sino la tesis que todo texto sobre la serie debería defender. Haber pedido más que lo presente hubiese sido gula por nuestra parte, un comportamiento muy descortés. Y como ya nos ha enseñado la serie, we eat the rude.
Porque la serie se ha ido como llegó, sin hacer concesiones a la cadena y mucho menos al espectador. Que una 'network' sometida a los códigos morales impuestos tácita y expresamente por sus publicistas haya sido capaz de emitir esto es un milagro televisivo en toda regla, del tamaño de la ceguera de los censores de esta, que parecían dejar pasar todo lo que el 'showrunner' les entregaba dado que pocos espectadores estarían presentes para poner el grito en el cielo.
Lo que esos pocos y decrecientes espectadores han tenido el placer de tener en sus pantallas desde hace tres años es el triunfo de los defensores por la normalización de la homosexualidad en los medios. Una serie que no tiene ninguna necesidad de venderse en su momento como drama con subtexto homoerótico sino como una nueva adaptación de la obra de Thomas Harris. Una que a lo largo de tres años ha terminado por tener este enfoque y que los espectadores han tomado con toda la naturalidad del mundo, como si fuese obvio que la serie tenía que ser así.
Es un drama policial 'remake' de una franquicia cinematográfica donde los protagonistas tienen cierta tensión sexual. La línea con la que la mitad de las 'networks' compran series para rellenar sus parrillas aquí presentaba una relación homosexual entre el mayor asesino en serie de la ficción y el agente encargado de capturarlo. Y no se han tenido que desviar ni un ápice de la mitología de Hannibal Lecter para que tenga todo el sentido del mundo. Si esta serie fuese una serie de masas como 'Modern Family' ahora todas las páginas querrían ser los siguientes en publicar un artículo sobre esto.
Pero no hace falta que convirtamos esta despedida definitiva de la serie en un ataque poco velado a todos aquellos que decidieron ignorar la serie, porque seguimos teniendo la necesidad de celebrar su existencia y su capacidad para no dejar a ningún espectador indemne. Tras tres temporadas de trece episodios cada una se ha ido, si, pero en su 'series finale' nos ha dejado unos de los momentos más icónicos de todo el show.
Tanto significaba 'Hannibal' para este sector de las páginas televisivas que ya adelantábamos semana tras semana que ningún episodio final podría quitarnos la pena de la cancelación. Es lo que tiene hablar de los sentimientos, que no provienen de la razón. Por supuesto que la serie de NBC, cadena que jamás supo querer el mejor producto que han emitido, iba a tener un final a la altura. Como si no hubiese motivo para cerrar la serie por todo lo alto. Sin necesidad de 'cliffhanger'.
Sean las circunstancias que fueren, la serie de Bryan Fuller se ha hecho honor a si misma y sus espectadores con su capítulo final. Esa no es solo la sensación que nos queda tras completar los cuarenta y dos minutos de extensión de este sino la tesis que todo texto sobre la serie debería defender. Haber pedido más que lo presente hubiese sido gula por nuestra parte, un comportamiento muy descortés. Y como ya nos ha enseñado la serie, we eat the rude.
Porque la serie se ha ido como llegó, sin hacer concesiones a la cadena y mucho menos al espectador. Que una 'network' sometida a los códigos morales impuestos tácita y expresamente por sus publicistas haya sido capaz de emitir esto es un milagro televisivo en toda regla, del tamaño de la ceguera de los censores de esta, que parecían dejar pasar todo lo que el 'showrunner' les entregaba dado que pocos espectadores estarían presentes para poner el grito en el cielo.
Lo que esos pocos y decrecientes espectadores han tenido el placer de tener en sus pantallas desde hace tres años es el triunfo de los defensores por la normalización de la homosexualidad en los medios. Una serie que no tiene ninguna necesidad de venderse en su momento como drama con subtexto homoerótico sino como una nueva adaptación de la obra de Thomas Harris. Una que a lo largo de tres años ha terminado por tener este enfoque y que los espectadores han tomado con toda la naturalidad del mundo, como si fuese obvio que la serie tenía que ser así.
Es un drama policial 'remake' de una franquicia cinematográfica donde los protagonistas tienen cierta tensión sexual. La línea con la que la mitad de las 'networks' compran series para rellenar sus parrillas aquí presentaba una relación homosexual entre el mayor asesino en serie de la ficción y el agente encargado de capturarlo. Y no se han tenido que desviar ni un ápice de la mitología de Hannibal Lecter para que tenga todo el sentido del mundo. Si esta serie fuese una serie de masas como 'Modern Family' ahora todas las páginas querrían ser los siguientes en publicar un artículo sobre esto.
Pero no hace falta que convirtamos esta despedida definitiva de la serie en un ataque poco velado a todos aquellos que decidieron ignorar la serie, porque seguimos teniendo la necesidad de celebrar su existencia y su capacidad para no dejar a ningún espectador indemne. Tras tres temporadas de trece episodios cada una se ha ido, si, pero en su 'series finale' nos ha dejado unos de los momentos más icónicos de todo el show.
Quién nos iba a decir que el Gran Dragón Rojo al que tanto mimo se había dedicado en su construcción y desarrollo en estos últimos seis episodios iba a tener un final tan sangriento. Francis Dollarhyde (Richard Armitage) fue un instrumento de ocasión para Hannibal Lecter (Mads Mikkelsen) en su intento por reunirse con Will Graham (Hugh Dancy). Muchos pensarán que uno más, pero si tanta atención se ha puesto en la herramienta es porque esta era no solo la adecuada para el trabajo sino la definitiva en su ejecución.
Una especie de trampa de miel para un tipo muy específico de oso. Una en la que es posible caer varias veces hasta que por fin el oso se da cuenta no de que ha caído en la trampa sino de que esto ha ocurrido porque así ha sido. En el episodio anterior muchos hacían burla, muy legítima, de la pregunta de Will sobre si Lecter le amaba. Quizá este episodio abra a reinterpretación tal pregunta, no siendo una duda como tal sino parte de proceso de asimilación de lo que el protagonista ya sentía de verdad.
Aunque nada como enfrentarse cuerpo a cuerpo a una bestia mitológica encarnada junto a esa otra persona especial para darse cuenta definitivamente de la realidad. Con un tema digno de la mejor película de 007 como 'Love Crime' de Siouxsie Sioux y Brian Reitzell veíamos caer los títulos de crédito tras caer los propios personajes, por fin juntos, por el precipicio. Decíamos que la serie terminaba sin un 'cliffhanger', pero en realidad queríamos afirmar que lo hacía con la antítesis gráfica de esto. Por si no quedaba claro lo mucho que le gusta a 'Hannibal' narrar con la imagen.
Claro que no se podía ir la serie sin hacer un último guiño a la convidada de piedra por excelencia de la serie, Bedelia du Maurier (Gillian Anderson). Si con Frederick Chilton (Raúl Esparza), represaliado oficial de la serie, ya habían tenido la gentileza de otorgarle el destino reservado a Freddie Lounds, con la doctora nos queda la críptica imagen de ella atendiendo al servicio de su propia carne. Un guiño que de no existir la cancelación hubiese llevado a una cuarta temporada, pero que apreciaremos como lo que se ha quedado por nuestro bien.
Esto es todo lo que Hannibal Lecter había querido para Will Graham y lo que Bryan Fuller para nosotros, que asistiésemos al momento más determinante de la historia de ambos aunque fuese lo último que hagamos. Valoremos este episodio como lo que es, la mejor 'series finale' involuntaria de la historia de la televisión, la conclusión a uno de los productos más particulares que el medio ha tenido el placer de emitir.
Hasta siempre.
David Valverde, @CapitanValverde.